La recepción de la modernidad en España, en los cincuenta, coincidió (felizmente) con la revisión crítica que en todo el mundo se estaba haciendo de los postulados del movimiento internacional estricto, y con el empuje creciente del organicismo wrigthiano; indudablemente el modo en que en Latinoamérica se había concretado la arquitectura corbuseriana y norteamericana, ofrecía modelos que respondían perfectamente a esa revisión, también debido a la exhuberancia del clima de aquellas tierras y a las adaptaciones que ése había impuesto.